Diario de un día

Mirarse al espejo, seguramente no te vas a reconocer. Los vidrios están cargados de suciedad que levanta el dedo después de mucho apretar. El puño cerrado, ¿no sería mejor abrirlo al sol? Pero no se puede, no. Se carga de tensión, de golpe empieza a ceder, cede, cede, es un hilo de algodón. Hasta qué punto hasta ningún punto. La mente está allá, por ahí y acá a la vez. Me vas a decir “descansa” pero ya no te puedo ni mirar. Ni hoy ni mañana, y menos que menos otro día más. Entonces si pudiéramos hacer un bollito de papel con todo, dar el envión y tirarlo lejos…muy muy lejos, demasiado lejos, el día mismo sería igual que antes de todo. Pero no se puede ver ni sentir, ni avivar ni buscar. Y el pecho de a poco, pero muy rápido, se te va cerrando al sol, odiando desde lo más profundo del corazón obligarte a sentirte así, cuando ni siquiera tenés la razón. Todos te dicen que estás en regla, no debes ni llevas la responsabilidad, pero el empeño mayor lo tenés siempre en el fondo del cajón. En este punto es cuando empezás a explotar y las palabras empiezan a fluir y salir de una manera en la que ni siquiera te podes reconocer. Porque las dejas escapar como si nada, sin conflicto ni importarte qué más. Una caja y algunas paredes, poca luz para poder visualizar. Se cae un ladrillo, se caen diez. El sol está en órbita y siempre te las ingenias para ponerte al revés. Siempre tan oportuna vos…

----------------------------------------------------------------------es decir--Yo.