Estaba caminando por ahí cuando lo vi sentado sobre el cordón callado y cabizbajo. Dudé en acercarme, realmente no me interesaba saber que le pasaba, me dolía tener que verlo, estar caminando en paz y verlo. Pero me acerqué, cometí el error más estúpido del día y me acerqué. Cuando levantó la cara y me vio, esbozó una sonrisa con los ojos, esa que yo creía que conocía, intentó acariciarme la mano pero lo rechacé instintivamente. Era lo que menos quería, tener contacto con esa piel tan impura y repelente desde hace tiempo. No podía sostenerle la mirada, era demasiado el rechazo que me causaban esos ojos tan desinteresados, que trataba de mantener la vista en los adoquines próximos a la zanja. No me saqué los auriculares. Sinceramente mi cabeza no paraba de cuestionarme qué hacía ahí si no quería verlo, si no quería escucharlo, si no quería sentirlo. Simplemente bajé el volumen. Hizo el intento de que me sentara, aludió que estaba deprimido y sin fuerzas para caminar; que había perdido su preciada guitarra de bellos ojos y sonrisa, la que todas las mañanas le hacia temblar con su sonido. Eso que en otro tiempo no supo aprovechar. También me comento que era una maquina de cometer errores y engañar a su espíritu, que le costaba darse cuenta de sus fallas. Nuevamente me quiso tomar del brazo para que me sentara a su lado, pero mis piernas estaban rígidamente ubicadas sobre la vereda, les gustaba esa baldosa en la que estaban paradas. Buscó en mí una respuesta compasiva, me miraba, me observaba como esperando algo, eso que de mi nunca más obtendría, pero me seguía mirando. Estaba muy sucio, nunca lo había visto así. La suciedad del alma había mutado a la piel externa y el corazón tenia llagas. En mis oídos sonaban esas canciones que tanto me gustan, en mi cabeza la idea de que él había pasado por alto esas vivencias que tanto repudiaba. Otros la vivieron por su culpa y ¿ahora de qué se quejaba? Era tan poco lo que me causaba su relato que me sonreí... de gracia, sonreí de nada. No me compadecía de él, no me importaban tampoco sus heridas. No me llamaba la atención la música de su voz, esa que en algún momento supo tocar y hacerme perder la noción. Podría haberle dicho mucho en ese instante, limpiar mi cabeza, vaciar la alacena de cacharros viejos y anticuados que ya no se usan. Pero no se por qué, decidía callar… en silencio mire el reloj, el seguía hablándome de sus penas, de lo que a veces recordaba pero no extrañaba, pero más que nada nombraba a su guitarra… Para mi fue demasiado, ser el Tupper donde depositara sus comentarios acerca de ese objeto como para contribuir con la caridad… fue demasiado. Subí el volumen y empecé a caminar, lo escuché gritar, afónico por el dolor y afligido por su soledad eterna, pero a mi ya no me importaba lo que decía, en absoluto… para nada.
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